Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter. ¡Yo tengo un sueño hoy!
“I have a Dream”, Martín Luther King, 1963.
La sed de libertad, el hambre de justicia, de una vida digna y respetada, aún son necesidades perseguidas para las personas afrodescendientes en México, y satisfacerlas podría continuar siendo un sueño como Luther King lo expresó, ya que vivir discriminación racial en nuestro país ha conllevado a un aislamiento de los mismos afromexicanos en la sociedad y a una indefensión debido a la invisibilización ante las instituciones y el gobierno.
Para hablar de discriminación racial es necesario retomar las causas, y en nuestra cultura se reflejan por comportamientos como el miedo, es decir, cuando no hay alguna familiaridad o simpatía por alguna persona debido a su etnia; también se refleja cuando existe un desconocimiento hacia otras etnias, debido a la falta de información; o ante la existencia de prejuicios, manifestándose en el trato inferior hacia determinados grupos, ya sea por superioridad intelectual y moral de unas personas sobre otras; o bien por las circunstancias socio-económicas debido a la falta de empleo, salarios, bienes y servicios.
Actualmente, el color de piel sigue siendo una brecha histórica para la integración en armonía de una sociedad, donde esta diferencia podría derivar en consecuencias letales como lo fue el caso de Jeorge Floyd, en Estados Unidos, una discriminación racial de la que México también comparte con variaciones en sus panoramas, ya que, en nuestro país, debido a nuestro color de piel, los gobiernos e instituciones han dejado en el olvido a las poblaciones afros.
Por lo anterior, me refiero a que levantar la voz para los afromexicanos ante una injusticia, se considera un lujo, ya que, poder llegar a la instancia de justicia más cercana involucra gastos de transporte y comida, situación privilegiada para muchos, pero esto perjudicaría a más de un día de trabajo en el campo afectando el ingreso económico a la familia del ofendido, que para muchos esto no sería gravedad, pero el trabajo en las comunidades de la costa, podría traducirse como un privilegio, ya que en muchos casos es muy difícil el acceso a éste.
La falta de acceso a la justicia o al trabajo son algunos ejemplos derivados de la invisibilización, ya que instituciones y gobiernos, al otorgan o retener derechos, dejaron invisible a la comunidad negra afectando el acceso a sus derechos humanos como lo es a la salud, a la educación, vivienda, el empleo e incluso al mismo conocimiento de sus facultades y obligaciones, lo que ha derivado en situaciones en donde el abuso de poder se vuelve algo normal y la indefensión está a flor de piel.
Así, durante más de 500 años de ser parte de México (300 años de esclavización y a los 200 años de negación y blanqueamiento), la población negra ha quedado separada de una vida de condiciones dignas y llena de una “pobreza por discriminación”.
En México, comenzar a considerar a la población afromexicana, se inició hace 5 años, en 2015, cuando se hizo oficial la existencia de una tercera raíz mexicana, al elaborar el primer censo por el INEGI donde nos reconocía, ahí se supo que existían un millón 381 mil 583 personas afros, encontrándose la mayor concentración en Guerrero, Oaxaca y Veracruz.
Punto clave para poder realizar políticas públicas idóneas en favor de este sector, pero aún faltaba que existiera un reconocimiento ante la Carta Magna, lo que sucedió cuatro años después, es decir, el año pasado, junio de 2019, para ventaja, Oaxaca, siendo el segundo estado con mayor población afro, ya nos había considerado en su constitución desde el mismo 2015.
Los pasos tardíos en la lucha para la comunidad afro, demarca que aún hay mucho camino por recorrer, para lograr acercar una vida digna y respetada, sobre todo con exigencias para luchar también por un garante de que la reciente Ley de Consulta a Pueblos Indígenas y Afromexicanos en Oaxaca sea debidamente vigilada, observada en su cumplimiento y, sobre todo, acercada a las comunidades que nos involucra.
Lamentablemente los pasos que se viven en México, aún no cambian por completo las condiciones dignas que la mayoría de personas en el país gozan gracias a la sangre de héroes negros que nos dieron la patria, como lo fue Vicente Guerrero, José María Morelos y Pavón, Gaspar Yanga, (fundador de la primera colonia libre de América, llamada San Lorenzo de los Negros) e incluso, Emiliano Zapata.
Así, abolir la invisibilización, también involucraría reconocer los aportes a la cultura que los negros hemos escrito en México, faltan más políticas públicas que fomenten con mayores oportunidades programas de salud; una mejor educación y acceso a tierras; que las legislaturas y gobiernos sean enriquecidos, no sólo por la presencia de mujeres y hombres, sino también por la cosmovisión de los pueblos indígenas y afromexicanos.
Es necesario conocer y difundir la historia negra y no recordarlos solamente como esclavos, hay que reconocer que lograron reconstruir una nueva cultura, conservando algunos de los rasgos y complejos culturales africanos, lo que nos conserva como pueblos culturalmente diferenciados.
Ser negro o negra, no es un apodo de discriminación, es un orgullo; cabe mencionar que enterrarnos en la historia no ha sido un obstáculo para que nuestra cultura no logre una sobrevivencia y pese a la invisibilización que ha existido, también persista la esperanza de que se dignifique y se respete el valor que en México representamos.
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