Pilar Rosas
La voz de todas las mujeres inundó todo el país el pasado domingo, miles salimos a las calles a gritar por todas aquellas que ya no están con nosotras, por las que hoy no tienen miedo, por aquellas que hemos encontrado en la sororidad una forma de levantar la voz ante la violencia patriarcal ejercida sobre nosotras durante años.
Aquello que permanecía oculto, “lo que se quedaba en casa”, se ha convertido una enorme marea violeta de aquellas mujeres que están haciendo historia. Según cifras oficiales, se calcula que tan solo en la Ciudad de México marcharon aproximadamente 80 mil mujeres. No obstante, en la mayoría de los Estados, miles de mujeres también hicieron valer su voz; en nuestro estado se calcula que fueron alrededor de 2 mil personas según información de las organizadoras, pues al momento que escribo esto ni Secretaría de Gobierno, Seguridad Pública o alguna organización oficial.
Este 8 de marzo para mí fue especial y tuvo nuevos rostros; los de amigas que fueron por primera vez a una marcha, la de la compa que tomó la denuncia que otra más puso para pegarla en las calles y que todos supieran quién era y lo que había hecho, las de aquellas madres que acompañaron a sus hijas para desde su digna rabia denunciar el acoso, el abuso y la violencia que también pesó sobre ellas, las que subían y bajaban entre los contingentes para asegurarse que todas estuvieran seguras, las que confrontaron al taxista que quería pasar en medio del contingente para gritarle: señor, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente.
El mensaje fue claro y contundente: tomar el espacio público el 8 de marzo y parar el 9 para visibilizar que estamos aquí, que representamos el 45.5% de la fuerza laboral – aunque la cifra podría ser mayor, pues el 60% del trabajo informal lo hacen mujeres – y somos responsables del 37% del PIB.
Sin embargo, ¿Qué sigue después del #8M?
Este 8 de marzo visibilizó que existe aún mucho camino por recorrer en búsqueda de una igualdad entre hombres y mujeres. Porque esta lucha no es solamente nuestra, es un asunto que tiene que ver con nuestra vida democrática como país; porque defender los derechos de las mujeres es también la búsqueda de unidad, de solidaridad, de la búsqueda de un espacio en común en donde todos estemos en igualdad de condiciones.
El feminismo no es una cuestión de moda, ha estado presente y ha hecho temblar a todas las estructuras dominantes de sus distintas épocas. Desde las protestas de las sufragistas hasta el clamor mundial contra el abuso sexual que representó el movimiento #MeToo para el feminismo de lo que algunos han denominado “la Cuarta Ola”.
Las cartas están sobre la mesa: feminicidios en alza, instituciones gubernamentales que generan políticas públicas sin perspectiva de género, recortes presupuestales para atención a víctimas, el desamparo jurídico y económico en el que quedan las hijas e hijos de mujeres víctimas de feminicidios, la garantía plena de los derechos sexuales y reproductivos, la legalización del aborto legal y seguro en todo el país.
Estamos aquí y seguiremos levantando la voz, porque nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio.
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