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¿Cómo sobrevivir a la realidad al salir de la universidad?

“El destino me perseguía; hacía mí se tendían unas manos de las que mi madre no podía protegerme y de las que nada debía saber”

Herman Hesse

Quién iba a imaginar que la realidad no era como la pensábamos. ¿A alguien le ha pasado? Bueno, por qué no decirlo; los comentarios de pasillo, las charlas en la cafetería, las participaciones en clase, las conferencias dictadas o las tesis defendidas, fueron espacios de diálogo y reflexión en la universidad desde los cuales seguramente se venían a la mente un sinfín de ideas acerca de cómo cambiar el mundo.

¿Por qué comenzamos a considerar el renunciar a nuestro ideal de cambiar las cosas? Hay un universo de razones. Muchas son las circunstancias que nos pueden conducir a ello. Sin embargo, al salir del mundo académico la preocupación ya no es cómo alcanzar lo deseable, sino cómo lograr lo más probable. Como Emil Sinclair en Demian de Herman Hesse, el salir de la facultad es como salir del mundo de la luz y enfrentar la maldad, la mentira y el pecado.

Cuando nos insertamos en lo laboral, por ejemplo, comenzamos a lidiar con el hecho de que nuestra sociedad muchas veces no funciona desde “el deber ser”. Es decir, nos vemos confrontados con algo práctico: existen reglas sociales establecidas, y bueno, o te conduces desde su lógica o terminas por ser un personaje secundario más. ¿Las cosas tendrían que ser así? En teoría no, pero en la realidad así se presenta.

La universidad, se convierte en una fábrica de efímeras expectativas. Y dentro de todas las fantasías que llegamos a tener, una de ellas es la que al graduarnos seguro vamos a poder escalar en la estructura económica; nuestro ingreso económico será mejor y la sociedad premiará nuestros méritos. Sin embargo, así no siempre sucede. Culminar estudios universitarios no garantiza en automático mejorar nuestra vida material.

El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), señalo en el 2019 que sólo 2 de cada 3 profesionistas trabajan en algo relacionado a lo que estudiaron. Es decir, muchas y muchos desistieron a su sueño de hacer lo que en verdad les gusta. Luego entonces, ¿qué considerar cuando recién salimos de una institución de educación superior y nos sentimos socialmente amenazados y económicamente vulnerables?

Lo primero, es no renunciar a la utopía, porque como decía Galeano, aunque sea inalcanzable nos sirve para seguir avanzando. Tal vez no seamos presidentes de la república, pero probablemente si seamos presidentes municipales. A lo mejor no vamos a ser premios nobel de literatura, pero si recibiremos el premio Xavier Villaurrutia. Seguro no alcanzaremos el ingreso de Carlos Slim, pero por lo menos podremos llegar a entrar en la categoría de clase media. El punto es nunca dejar de aspirar.

En segunda instancia, y como el propio IMCO lo recomendó, habría que exigir a nuestras universidades el fortalecer los mecanismos de vinculación al sector productivo - público o privado - para promover una mayor pertinencia de la oferta universitaria con las necesidades específicas de cada región. Y claro, eso no significa pensar la razón de ser de una institución universitaria sólo desde la lógica del mercado laboral, pero tampoco podemos abstenernos de ir familiarizándonos con el contexto socioeconómico que habremos de enfrentar tarde o temprano.

Y también, como le decía a una excompañera, sin hacer excepción de la resignación como vía, nos queda comprender las reglas del juego de la realidad y tratar de ir dos pasos adelante para que, en lo posible, el mérito pueda significar algo. Y si, para eso nos puede servir la educación. La escuela nos dota de una caja de herramientas para arreglar lo complejo, nos entrena para contar con cierto tipo de ética y nos desarrolla la capacidad de trabajo intelectual para pensar. Estará en nosotros tomar eso como ventaja frente al servilismo o la adulación.

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