Nadie está obligado a ser buen ciudadano, sin embargo, al serlo podemos hacer menos difícil la vida de otros. En estos tiempos tan turbulentos e impredecibles, es necesario pensar: ¿cuál debería ser nuestro actuar y desde qué posición?
Sin duda, una cosa se ha ido generalizado cada vez más: nuestros gobiernos -en todos sus niveles-, llegan a ser rebasados por los efectos de fenómenos para los cuales probablemente no estaban preparados. Es decir, quienes nos representan en los diferentes órganos gubernamentales -sobre todo en los locales- o han emprendido medidas paliativas para suavizar las consecuencias de crisis como la del coronavirus, o sencillamente se han replegado ante la consigna del quédate en casa.
Sin embargo, más allá de pensar sólo en las responsabilidades de nuestros gobernantes -las cuales tenemos que exigir, observar y analizar-, para momentos históricos tan complejos como los que actualmente se viven a causa de acontecimientos como el Covid-19, o los altos índices de inseguridad y delincuencia, las distintas formas de violencia hacia las mujeres, el desempleo o fenómenos naturales como un sismo, es importante replantearnos cómo hacer ciudadanía comunitaria en una sociedad con esas problemáticas.
Ser ciudadano -en el sentido más original del término-, significa ser tanto titulares de ciertos derechos fundamentales, como ser miembros activos en nuestras comunidades políticas, económicas, sociales, académicas, etc. En esa tónica, cuando pensamos en la resolución de un problema común o que afecta a una mayoría, hay que pensar en términos de corresponsabilidad, solidaridad y actitud democrática. Y si bien, no podemos considerar resarcir problemas económico-sociales que tienen una raíz histórica muy profunda, cuando existe la participación de la gente se abre una ventana de oportunidad para mínimamente recuperar el sentido de vivir en comunidad.
En el contexto de las tecnologías de la información y la comunicación, las fake news o los influencers, necesitamos cuestionar más la calidad y la cantidad de información a la que llegamos a acceder. ¿Por qué? Porque, aunque podemos enumerar diferentes características en el ciudadano para su mejor participación en la discusión y solución de asuntos públicos, una de las cualidades más importantes es la de contar con elementos informativos confiables, verificados y de buena fuente -sobre todo con autoridad científica o social-. Lo anterior, en la lógica de que, al construir espacio público, decisiones democráticas o política social, lo hagamos apuntando hacía una mejor comprensión de lo que estamos emprendiendo.
Un análisis puede ser equivoco, es decir, entenderse o interpretarse de diversas maneras. Sin embargo, mi intención no va más allá de, aunque sea un poco, aportar elementos para repensar y motivar a las personas de a pie a organizarse en torno a medidas que pueden hacer menos difícil el transitar nuestras colonias, pueblos, rancherías o manzanas.
Y al contemplar acciones, me refiero a ejemplos como: grupos de whatsapp por calle, alarmas vecinales, comedores comunitarios, trueques de alimentos o vestimenta, gestión y venta de bienes de la canasta básica a precio de mayorista, recuperación u ocupación de espacios de esparcimiento social y cultural, promoción y realización de compras en negocios locales, difusión de vacantes de trabajo, reforestación o limpieza de zonas naturales, etc. El punto es resistir comunitariamente los golpes de las crisis.
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